—Los quileute han sido pocos desde el principio —comenzó Billy—. No hemos llegado a desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro número porque siempre ha corrido magia por nuestras venas. No siempre fue la magia de la transformación, eso acaeció después, sino que al principio, fue la de los espíritus guerreros.
Nunca antes había sido consciente del tono de majestad que había en la voz de Billy Black, aunque en ese momento comprendí que esa autoridad siempre había estado allí.
El bolígrafo de Emily corría por las páginas de papel procurando mantener su ritmo.
—En los primeros tiempos, la tribu se estableció en este fondeadero y adquirió gran destreza en la pesca y en la construcción de canoas. El puerto era muy rico en peces y el grupo, pequeño; por ello, pronto hubo quienes codiciaron nuestra tierra, pues éramos pocos para contenerlos. Tuvimos que embarcarnos en las canoas y huir cuando nos atacó una tribu más grande.
»Kaheleha no fue el primer espíritu guerrero, pero no han llegado hasta nosotros las historias acaecidas con anterioridad. No recordamos quién fue el que descubrió este poder ni cómo se usó antes de esta situación crítica. Kaheleha fue el primer Espíritu Jefé de nuestra historia. Él se sirvió de la magia para defender nuestra tierra en aquel trance.
»Él y todos los guerreros dejaron las canoas; no en carne y hueso, pero sí en espíritu. Las mujeres se ocuparon de los cuerpos y las olas y los hombres volvieron a tierra en espíritu.
»No podían tocar físicamente a la tribu enemiga, pero disponían de otras formas de lucha. La tradición detalla que hicieron soplar fuertes vientos sobre el campamento enemigo; el viento aulló de tal modo que los aterrorizó. Las historias también nos dicen que los animales podían ver a los espíritus guerreros y comunicarse con ellos, de modo que ellos los usaron a su antojo.
»Kaheleha desbarató la invasión con su ejército de espíritus. La tribu invasora traía manadas de enormes perros de pelaje espeso que utilizaban para tirar de sus trineos en el helado norte. Los espíritus guerreros volvieron a los canes contra sus amos y luego atrajeron a una inmensa plaga de murciélagos desde las cuevas de los acantilados. También usaron el aullido del viento para ayudar a los perros a causar confusión entre los hombres. Al final, los perros y los murciélagos vencieron. Los invasores supervivientes se dispersaron y consideraron el fondeadero como un lugar maldito a partir de entonces. Los perros se volvieron salvajes cuando fueron liberados por los espíritus guerreros. Los quileute volvieron a sus cuerpos y con sus mujeres, victoriosos.
»Las otras tribus vecinas, la de los hoh y los makah, sellaron tratados de paz con los quileute, porque no querían tenérselas que ver con nuestra magia. Vivimos en paz con ellos. Cuando un enemigo nos atacaba, los espíritus guerreros lo dispersaban.
»Pasaron muchas generaciones hasta la llegada del último Espíritu Jefe, Taha Aki, conocido por su sabiduría y su talante pacífico. La gente vivía dichosa y feliz bajo su cuidado.
»Pero había un hombre insatisfecho: Utlapa.
Un siseo bajo recorrió el círculo alrededor del fuego. Reaccioné tarde y no logré detectar su procedencia. Billy hizo caso omiso al mismo y continuó con la narración.
—Utlapa era uno de los espíritus guerreros más fuertes del jefe Taha Aki, un gran guerrero, pero también un hombre codicioso. Opinaba que nuestra gente debía usar la magia para extender sus territorios, someter a los hoh y los makah y erigir un imperio.
»Empero, los guerreros compartían los pensamientos cuando eran espíritus, por lo que Taha Aki tuvo conocimiento de la ambición de Utlapa, se encolerizó con él, le desterró y le ordenó no convertirse en espíritu otra vez. Utlapa era fuerte, pero los guerreros del jefe le superaban en número, así que no le quedó otro remedio que irse. El exiliado, furioso, se escondió en el bosque cercano a la espera de una oportunidad para vengarse del jefe.
»El Espíritu Jefe estaba alerta para proteger a su gente incluso en tiempos de paz. Con tal propósito, frecuentaba un recóndito lugar sagrado en las montañas en el que abandonaba su cuerpo para recorrer los bosques y la costa y así cerciorarse de que no había ningún peligro.
»Un día, Utlapa le siguió cuando Taha Aki se marchó a cumplir con su deber. Al principio, sólo planeaba matarle, pero aquello tenía desventajas. Lo más probable sería que los espíritus guerreros le buscaran para acabar con él y le alcanzaran antes de que lograra escapar. Mientras se escondía entre las rocas observando cómo se preparaba el jefe para abandonar su cuerpo, se le ocurrió otro plan.
»Taha Aki abandonó su cuerpo en el lugar sagrado y voló con el viento para cuidar de su pueblo. Utlapa esperó hasta asegurarse de que el espíritu del jefe se había alejado una cierta distancia.
»Taha Aki supo el momento exacto en que Utlapa se le unió en el mundo de los espíritus y también se percató de sus propósitos homicidas. Volvió a toda velocidad hacia el lugar sagrado, pero incluso los vientos fueron incapaces de ir lo bastante rápido para salvarle. A su regreso, su cuerpo se había marchado ya y el de Utlapa yacía abandonado, pero su enemigo no le había dejado ninguna vía de escape, porque había cortado su propia garganta con las manos de Taha Aki.
»El Espíritu Jefe siguió a su cuerpo mientras bajaba la montaña e increpó a Utlapa, pero éste le ignoró como si no fuera más que viento.
»Taha Aki presenció con desesperación cómo Utlapa usurpaba su puesto como jefe de los quileute. Lo único que hizo el traidor durante las primeras semanas fue cerciorarse de que nadie descubría su impostura. Luego, empezaron los cambios, porque el primer edicto de Utlapa consistió en prohibir a todos los guerreros entrar en el mundo de los espíritus. Alegó que había tenido la visión de un peligro, pero lo cierto era que estaba asustado. Sabía que Taha Aki estaría esperando el momento de contar su historia. Utlapa también temía entrar en el mundo de los espíritus, sabiendo que en ese caso, Taha Aki reclamaría su cuerpo rápidamente. Así pues, sus sueños de conquista con un ejército de espíritus guerreros eran imposibles, por lo que se contentó con gobernar la tribu. Se convirtió en un estorbo, siempre a la búsqueda de privilegios que Taha Aki jamás había reclamado, rehusando trabajar codo a codo con los demás guerreros, y tomando otra esposa joven, la segunda, y después una tercera, a pesar de que la primer esposa de Taha Aki aún vivía, algo que nunca se había visto en la tribu. El Espíritu Jefe lo observaba todo con rabia e impotencia.
»Hubo un momento en que incluso Taha Aki quiso matar su propio cuerpo para salvar a la tribu de los excesos de Utlapa. Hizo bajar a un lobo fiero de las montañas, pero el usurpador se escondió detrás de sus guerreros. Cuando el lobo mató a un joven que estaba protegiendo al falso jefe, Taha Aki sintió una pena terrible, y por eso, ordenó al lobo que se marchara.
»Todas las historias nos dicen que no era fácil ser un espíritu guerrero. Liberarse del propio cuerpo resultaba más aterrador que excitante y ése es el motivo por el que reservaban el uso de la magia para los tiempos de necesidad. Los solitarios viajes de vigilia del jefe habían sido siempren una molestia y un sacrificio, ya que estar sin cuerpo desorientaba y era una experiencia horrible e incómoda. Taha Aki llevaba ya tanto tiempo fuera de su cuerpo que llegó a estar al borde de la agonía. Se sentía maldito y creía que, atrapado para siempre en el martirio de esa nada, jamás podría cruzar a la tierra del más allá, donde le esperaban los ancestros.
»El gran lobo siguió al espíritu del jefe a través de los bosques mientras se retorcía y se contorsionaba en su sufrimiento. Era un animal muy grande y bello entre los de su especie. De pronto, el jefe sintió celos del estúpido lobo que, al menos, tenía un cuerpo y una vida. Incluso una existencia como animal sería mejor que esa horrible conciencia de la nada.
»Y entonces, Taha Aki tuvo la idea que nos hizo cambiar a todos. Le rogó al gran lobo que le hiciera sitio en su interior para compartir su cuerpo y éste se lo concedió. Taha Aki entró en el cuerpo de la criatura con alivio y gratitud. No era su cuerpo humano, pero resultaba mejor que la incorporeidad del mundo de los espíritus.
»El hombre y el lobo regresaron al poblado del puerto formando un solo ser. La gente huyó despavorida y reclamó a gritos la presencia de los guerreros, que acudieron a enfrentarse a la bestia con sus lanzas. Utlapa, por supuesto, permaneció escondido y a salvo.
»Taha Aki no atacó a sus guerreros. Retrocedió lentamente ante ellos, hablándoles con los ojos e intentando aullar las canciones de su gente. Los guerreros comenzaron a darse cuenta de que no era un animal corriente y que lo poseía un espíritu. Un viejo luchador, de nombre Yut, decidió desobedecer la orden del falso jefe e intentó comunicarse con el lobo.
»Tan pronto como Yut cruzó al mundo de los espíritus, Taha Aki dejó al lobo, el animal esperó obedientemente su regreso, para hablar con él. Yut comprendió la verdad al instante y dio la bienvenida al verdadero jefe a su casa.
»En este momento, Utlapa apareció para ver si habían derrotado al carnívoro. Cuando descubrió que Yut yacía sin vida en el suelo, rodeado por los guerreros que le protegían, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sacó su cuchillo y corrió a matar a Yut antes de que pudiera regresar a su cuerpo.
»—¡Traidor! —exclamó, y los guerreros no supieron qué hacer. El jefe había prohibido los viajes astrales y a él correspondía administrar el castigo a quienes desobedecían.
»Yut saltó dentro de su cuerpo, pero Utlapa tenía ya el cuchillo en su garganta y le había cubierto la boca con una mano. El cuerpo de Taha Aki era fuerte y Yut estaba debilitado por la edad, así que no pudo decir ni una palabra para avisar a los otros antes de que Utlapa lo silenciara para siempre.
»Taha Aki observó cómo el espíritu de Yut se deslizaba hacia las tierras del más allá, que le estaban vedadas por toda la eternidad. Le abrumó una ira superior a cualquier otro sentimiento que había experimentado hasta ese momento. Volvió al cuerpo del gran lobo con la intención de desgarrar la garganta de Utlapa pero, en cuanto se unió a la bestia, acaeció un gran acontecimiento mágico.
»La ira de Taha Aki era la de un hombre, el amor que profesaba por su gente y el odio por su opresor fueron emociones demasiado humanas, demasiado grandes para el cuerpo del animal, así que éste se estremeció y Utlapa se transformó en un hombre ante los ojos de los sorprendidos guerreros.
»El nuevo hombre no tenía el mismo aspecto que el cuerpo de Taha Aki, sino que era mucho más glorioso: la interpretación en carne del espíritu de Taha Aki. Los guerreros le reconocieron al momento, porque ellos habían volado con el espíritu de Taha Aki.
«Utlapa intentó huir, pero el nuevo Taha Aki tenía la fuerza de un lobo, por lo que capturó al suplantador y aplastó el espíritu dentro de él antes de que pudiera salir del cuerpo robado.
»La gente se alegró al comprender lo ocurrido. Taha Aki rápidamente puso todas las cosas en su sitio, trabajando otra vez con su gente y devolviendo de nuevo a las esposas con sus familias. El único cambio que mantuvo fue el fin de los viajes espirituales, sabedor de su peligro ahora que ya existía la idea de robar vidas con ellos. No hubo más espíritus guerreros.
»Desde entonces en adelante, Taha Aki fue más que un lobo o un hombre. Le llamaron Taha Aki, el Gran Lobo, o Taha Aki, el Hombre Espíritu. Lideró la tribu durante muchos, muchos años, porque no envejecía. Cuando amenazaba algún peligro, volvía a adoptar su forma de lobo para luchar o asustar al enemigo, y así la tribu vivió en paz. Taha Aki tuvo una prolífica descendencia y muchos de sus hijos, al llegar la edad de convertirse en hombres, también se convertían en lobos. Todos los lobos eran diferentes entre sí, porque eran espíritus lobo y reflejaban al hombre que llevaban dentro.
—Por eso Sam es negro del todo —murmuró Quil entre dientes, sonriendo—. Corazón negro, pelaje negro.
Yo estaba tan inmersa en la historia que fue un shock regresar a la realidad, al círculo en torno a las llamas agonizantes. Con sorpresa, me di cuenta de que el círculo se componía de los tataranietos de los tataranietos de los tataranietos de Taha Aki. O más aún. A saber cuántas generaciones habrían pasado.
El fuego arrojó una lluvia de chispas al cielo, donde temblaron y bailaron, adquiriendo formas casi indescifrables.
—¿Y qué es lo que refleja tu pelambrera de color chocolate? —respondió Sam a Quil entre susurros—. ¿Lo dulce que eres?
Billy ignoró sus bromas.
—Algunos de sus hijos se convirtieron en los guerreros de Taha Aki y tampoco envejecieron. Otros se negaron a unirse a la manada de hombres lobo porque les disgustaban las transformaciones, y éstos sí envejecían. Con los años, la tribu descubrió que los licántropos podían hacerse ancianos como cualquiera si abandonaban sus espíritus lobo. Taha Aki vivió el mismo periodo de tiempo que tres hombres. Se casó con una tercera mujer después de que murieran otras dos y encontró en ella la verdadera compañera de su espíritu, y aunque también amó a las otras dos, con ésta experimentó un sentimiento más intenso. Así que decidió abandonar a su espíritu lobo para poder morir con ella.
»Y así fue como llegó a nosotros la magia, aunque no es el final de la historia...
Miró al anciano Quil Ateara, que cambió de postura en su silla y estiró sus frágiles hombros. Billy bebió de una botella de agua y se secó la frente. El bolígrafo de Emily no paró y continuó garabateando furiosamente en el papel.
—Esa fue la historia de los espíritus guerreros —comenzó el Viejo Quil con su aguda voz de tenor—. Y ésta es la historia del sacrificio de la tercera esposa.
«Muchos años después de que Taha Aki abandonara su espíritu lobo, cuando había alcanzado la edad provecta, estallaron problemas en el norte con los makah a causa de la desaparición de varias jóvenes de su tribu. Los makah culpaban de ello a los lobos vecinos, a los que temían y de los que desconfiaban. Los hombres lobo podían acceder al pensamiento de los demás mientras estaban en forma lupina, del mismo modo que sus ancestros cuando adquirían su forma de espíritu, por lo que sabían que ninguno de ellos estaba involucrado. Taha Aki intentó tranquilizar al jefe de los makah, pero había demasiado miedo. Él no quería arriesgarse a una lucha, pues ya no era un guerrero en condiciones de llevar a la tribu al combate. Por eso, encomendó a su hijo lobo Taha Wi, el mayor, la tarea de descubrir al verdadero culpable antes de que se desataran las hostilidades.
»Taha Wi emprendió una búsqueda por las montañas con cinco lobos de su manada en pos de cualquier evidencia de las desaparecidas. Hallaron algo totalmente novedoso: un extraño olor dulzón en el bosque que les quemaba la nariz hasta el punto de hacerles daño.
Me encogí un poco al lado de Jacob. Vi cómo una de las comisuras de sus labios se torcía en un gesto de sonrisa y su brazo se tensó a mi alrededor.
—No conocían a ninguna criatura que dejara semejante hedor, pero lo rastrearon igualmente —continuó el Viejo Quil. Su voz temblorosa no tenía la majestad de la de Billy, pero sí un extraño tono afilado, urgente, feroz. Se me aceleró el pulso conforme sus palabras adquirieron velocidad—. Encontraron débiles vestigios de fragancia y sangre humanas a lo largo del rastro. Estaban convencidos de seguir al enemigo adecuado.
»El viaje les llevó tan al norte que Taha Wi envió de vuelta al puerto a la mitad de la manada, a los más jóvenes, para informar a Taha Aki.
»Taha Wi y sus dos hermanos nunca regresaron.
»Los más jóvenes buscaron a sus hermanos mayores, pero sólo hallaron silencio. Taha Aki lloró a sus hijos y deseó vengar su muerte, pero ya era un anciano. Vistió sus ropas de duelo y acudió en busca del jefe de los makah para contarle lo acaecido. El jefe makah creyó en la sinceridad de su dolor y desaparecieron las tensiones entre las dos tribus.
»Un año más tarde, desaparecieron de sus casas dos jóvenes doncellas makah en la misma noche. Los makah llamaron a los lobos quileute rápidamente, que descubrieron el mismo olor dulzón por todo el pueblo. Los lobos salieron de caza de nuevo.
»Sólo uno regresó. Era Yaha Uta, el hijo mayor de la tercera esposa de Taha Aki, y el más joven de la manada. Se trajo con él algo que los quileute jamás habían visto antes, un extraño cadáver pétreo y frío despedazado. Todos los que tenían sangre de Taha Aki, incluso aquellos que nunca se habían transformado en lobos, aspiraron el olor penetrante de la criatura muerta. Este era el enemigo de los makah.
»Yaha Uta contó su aventura: sus hermanos y él encontraron a la criatura con apariencia de un hombre, pero duro como el granito, con las dos chicas makah. Una ya estaba muerta en el suelo, pálida y desangrada. La otra estaba en los brazos de la criatura, que mantenía la boca pegada a su garganta. Quizá aún vivía cuando llegaron a la espantosa escena, pero aquel ser rápidamente le partió el cuello y tiró el cuerpo sin vida al suelo mientras ellos se aproximaban. Tenía los labios blancos cubiertos de sangre y los ojos le brillaban rojos.
»Yaha Uta describió la fuerza y la velocidad de la criatura. Uno de sus hermanos se convirtió muy pronto en otra víctima al subestimar ese vigor. La criatura le destrozó como a un muñeco. Yaha Uta y su otro hermano fueron más cautos y atacaron en equipo, mostrando una mayor astucia al acosar a la criatura desde dos lados distintos. Tuvieron que llegar a los límites extremos de su velocidad y fuerza lobuna, algo que no habían tenido que probar hasta ese momento. Aquel ser era duro como la piedra y frío como el hielo. Se dieron cuenta de que sólo le hacían daño sus dientes, por lo que en el curso de la lucha fueron arrancándole trozos de carne a mordiscos.
»Pero la criatura aprendía rápido y pronto empezó a responder a sus maniobras. Consiguió ponerle las manos encima al hermano de Yaha Uta y éste encontró un punto indefenso en la garanta del ser de hielo, y lo atacó a fondo. Sus dientes le arrancaron la cabeza, pero las manos del enemigo continuaron destripando a su hermano.
»Yaha Uta despedazó a la criatura en trozos irreconocibles y los arrojó a su alrededor en un intento desesperado de salvar a su hermano. Fue demasiado tarde, aunque al final logró destruirla.
»O eso pensó al menos. Yaha Uta llevó los restos que quedaron para que fueran examinados por los ancianos. Una mano cortada estaba al lado de un trozo del brazo granítico de la criatura. Las dos piezas entraron en contacto cuando los ancianos las movieron con palos y la mano se arrastró hacia el brazo, intentando unirse de nuevo.
»Horrorizados, los ancianos incineraron los restos. El aire se contaminó con una gran nube de humo asfixiante y repulsiva. Cuando sólo quedaron cenizas, las dividieron en pequeñas bolsitas y las esparcieron muy lejos y separadas unas de otras, algunas en el océano, otras en el bosque, el resto en las cavernas del acantilado. Taha Aki anudó una bolsita alrededor de su cuello, con la finalidad de poder dar la alarma en caso de que la criatura intentara rehacerse de nuevo.
El Viejo Quil hizo una pausa y miró a Billy, que alzó una cuerda de cuero anudada a su cuello de cuyo extremo pendía una bolsita renegrida por el paso del tiempo. Varios oyentes jadearon. Probablemente yo fui una de ellas.
—Le llamaron el Frío, el bebedor de sangre, y vivieron con el miedo de que no estuviera solo pues la tribu contaba únicamente con un lobo protector, el joven Yaha Uta.
»Enseguida salieron de dudas. La criatura tenía una compañera, otra bebedora de sangre, que vino a las tierras de los quileute clamando venganza.
»Las historias sostienen que la Mujer Fría era la criatura más hermosa que habían visto los ojos humanos. Parecía una diosa del amanecer cuando entró en el pueblo aquella mañana; el sol brilló de pronto e hizo resplandecer su piel blanca y el cabello dorado que flotaba hasta sus rodillas. Tenía una belleza mágica, con los ojos negros y el rostro pálido. Algunos cayeron de rodillas y la adoraron.
»Pidió algo en una voz alta y penetrante, en un idioma que nadie había escuchado antes. La gente se quedó atónita sin saber qué contestarle. No había nadie del linaje de Taha Aki entre los testigos, salvo un niño pequeño. Este se colgó de su madre y gritó que el olor de la aparición le quemaba la nariz. Uno de los ancianos, que iba de camino hacia el Consejo, escuchó al muchacho y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ordenó la huida a voz en grito. Ella le mató a él en primer lugar.
»Sólo sobrevivieron dos de los veinte testigos de la llegada de la Mujer Fría, y ello gracias a que la sangre la distrajo e hizo una pausa en la matanza para saciar su sed. Esos dos supervivientes corrieron hacia donde estaba Taha Aki, sentado en el Consejo con los otros ancianos, sus hijos y su tercera esposa.
»Yaha Uta se transformó en lobo en cuanto oyó las noticias y se fue solo para destruir a la bebedora de sangre. Taha Aki, su tercera esposa, sus hijos y los ancianos le siguieron.
»Al principio no encontraron a la criatura, sólo los restos de su ataque: cuerpos rotos, desangrados, tirados en el camino por el que había llegado. Entonces, oyeron los gritos y corrieron hacia el puerto.
»Un puñado de quileutes había corrido hacia las canoas en busca de refugio. Ella nadó hacia ellos como un tiburón y rompió la proa de la embarcación con su fuerza prodigiosa. Cuando la canoa se fue a pique, atrapó a quienes intentaban apartarse a nado y los mató también.
»Se olvidó de los nadadores que se daban a la fuga cuando atisbo al gran lobo en la playa. Nadó tan deprisa que se convirtió en un borrón y llegó, mojada y gloriosa, a enfrentarse con Yaha Uta. Le señaló con un dedo blanco y le preguntó algo incomprensible. Yaha Uta esperó.
»Fue una lucha igualada. Ella no era un guerrero como su compañero, pero Yaha Uta estaba solo y nadie pudo distraerla de la furia que concentró en él.
«Cuando Yaha Uta fue vencido, Taha Aki gritó desafiante. Calló hacia delante y se transformó en un lobo anciano, de hocico blanco. Estaba viejo, pero era Taha Aki, el Hombre Espíritu, y la ira le hizo fuerte. La lucha comenzó de nuevo.
»La tercera esposa de Taha Aki acababa de ver morir a su hijo. Ahora era su marido el que luchaba y ella había perdido la esperanza de que venciera. Había escuchado en el Consejo cada palabra pronunciada por los testigos de la matanza. Había oído la historia de la primera victoria de Yaha Uta y sabía que su difunto hijo triunfó en aquella ocasión gracias a la distracción causada por su hermano.
»La tercera esposa tomó un cuchillo del cinturón de uno de los hijos que estaban a su lado. Todos eran jóvenes, aún no eran hombres, y ella sabía que morirían cuando su padre perdiera.
»Corrió hacia la Mujer Fría con la daga en alto. Ésta sonrió, sin distraerse apenas de la lucha con el viejo lobo. No temía ni a la débil humana ni al cuchillo, que apenas le arañaría la piel. Estaba dispuesta ya a descargar el golpe de gracia sobre Taha Aki.
»Y entonces la tercera esposa hizo algo inesperado. Cayó de rodillas ante la bebedora de sangre y se clavó el cuchillo en el corazón.
»La sangre borbotó entre los dedos de la tercera esposa y salpicó a la Mujer Fría, que no pudo resistir el cebo de la sangre fresca que abandonaba el cuerpo de la mujer agonizante, y de modo instintivo, se volvió hacia ella, totalmente consumida durante un segundo por la sed.
»Los dientes de Taha Aki se cerraron en torno a su cuello.
»Ese no fue el final de la lucha, ya que ahora Taha Aki no estaba solo. Al ver morir a su madre, dos de sus jóvenes hijos sintieron tal ira que brotaron de ellos sus espíritus lobo, aunque todavía no eran hombres. Consiguieron acabar con la criatura, junto con su padre.
»Taha Aki jamás volvió a reunirse con la tribu. Nunca volvió a convertirse en hombre. Permaneció echado todo un día al lado del cuerpo de la tercera esposa, gruñendo cada vez que alguien intentaba acercársele, y después se fue al bosque para no regresar jamás.
»Apenas hubo problemas con los fríos a partir de aquel momento. Los hijos de Taha Aki protegieron a la tribu hasta que sus propios hijos alcanzaron la edad necesaria para ocupar su lugar. Nunca hubo más de tres lobos a la vez, porque ese número era suficiente. Algún bebedor de sangre aparecía por estas tierras de vez en cuando, pero caían víctimas de la sorpresa, ya que no esperaban a los lobos. Alguna vez moría algún protector, pero nunca fueron diezmados como la primera vez, pues habían aprendido a luchar contra los fríos y se transmitieron el conocimiento de unos a otros, de mente a mente, de espíritu a espíritu, de padre a hijo.
»El tiempo pasó y los descendientes de Taha Aki no volvieron a convertirse en lobos cuando alcanzaban la hombría. Los lobos sólo regresaban en momentos esporádicos, cuando un frío aparecía cerca. Los fríos venían de uno en uno o en parejas y la manada continuó siendo pequeña.
«Entonces, apareció un gran aquelarre y nuestros propios tatarabuelos se prepararon para luchar contra ellos. Sin embargo, el líder habló con Ephraim Black como si fuera un hombre y le prometió no hacer daño a los quileute. Sus extraños ojos amarillos eran la prueba de que ellos no eran iguales a los otros bebedores de sangre. Superaban en número a los lobos, así que no había necesidad de que los fríos ofrecieran un tratado cuando podían haber ganado la lucha. Ephraim aceptó. Permanecieron fieles al pacto, aunque su presencia sirvió de atracción para que vinieran otros.
»El aumento del aquelarre forzó a que la manada fuera la mayor que la tribu había visto jamás —continuó el Viejo Quil y durante un momento sus ojos negros, casi enterrados entre las arrugas de la piel que los rodeaban, parecieron pararse en mí—, excepto, claro, en los tiempos de Taha Aki —luego, suspiró—. Y así los hijos de la tribu otra vez cargan con la responsabilidad y comparten el sacrificio que sus padres soportaron antes que ellos.
lunes, 1 de junio de 2009
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